jueves, 6 de julio de 2017




Te expandes.

Mientras yo voy empequeñeciendo.

Oí decir que cuando nace un hijo, los padres van muriendo poco a poco, para dejar paso a la nueva vida, es como si se fueran consumiendo en sacrificio.

No podía estar más en desacuerdo, pero...

Un día observé unas fotografías, secuencialmente, desde tu nacimiento hasta el que entonces era el momento presente y la vida se me vino encima como un alud. Por primera vez sentí miedo.

Desde la primera fotografía, en la que estábamos en la cama después de que te diera el pecho, observé cómo cambiábamos los dos a través de los días.

Entre las sábanas a rayas se adivinaba el contorno de mi enorme cuerpo que entonces era una mole que albergaba tu pequeñez, grandes y gruesos brazos, grandes pechos llenos de leche que me costaba mantener controlada, toda yo era una fuente inagotable de alimento y líquido nutritivo.

En la última fotografía de la secuencia hasta el momento, tu cabeza era ya casi más grande que la mía, mis brazos delgados  casi no podían sostenerte y yo ya no podía alimentarte, ahora no dependes de mí fisiológicamente, nos vamos separando.

Cada vez vas ocupando más sitio en tu cuna, me doy cuenta cuando te veo dormir, tienes el doble del tamaño que tenías antes y yo la mitad.

Van a tener razón.

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