domingo, 10 de abril de 2016

Creí haber hecho muchas fotos válidas aquel día, pero al revelar el carrete ésta fué una de las que más me llamó la atención.

No sé bien si fué por su conexión tan bífida, que me hacía pensar que podía mirarla tanto del derecho como del revés y eso me recordaba a mi propia vida.

¿Por que el reflejo era más nítido que la imagen real?

Y confundía las manchas alargadas de la superficie del agua con bandadas de pájaros en el cielo, pero tan solo era un espejismo.

Sin nada más que decir sobre ella, dejo esta fotografía en el viento, así como respiramos, con la misma vaguedad.



Empecé a escribir algo y lo perdí.
Con esa impotencia recordé y recuperé lo que había perdido aunque me sentía menos clara, más inefable, más critica.
Miraba ya la fotografía de esta calle hecha a las dos de la mañana, antes de que recogieran esa terraza que se ve al fondo, justo en el momento en que dije, esta es la imagen que yo buscaba.
Ahora creía que lo recuperado era mejor que lo perdido porque era más auténtico y seguí este hilo automático e invisible.
Estaba diciendo que no te preocupases, que estas noches desaparecerían para dejar paso a esas otras, las de los balcones, en las que la intemperie no puede tocarnos.
Y al final me salió bien, aunque seguía pensando que lo que primero brotó de mi cabeza se convertiría en mil bandadas de pájaros queriendo dar siempre el mismo graznido.