jueves, 30 de marzo de 2017







El tren del hierro pasaba, en otro tiempo por allí, entre Segorbe, Jérica y Navajas. Hacía su recorrido entre los pinos y las rocas, dejando a su paso el humo que salia de las máquinas.
Llevaba hierro y carbón de las minas cercanas, las antiguas minas con salida al camino por las que se deslizaba la materia negra y endurecida, allí se cargaban los vagones rumbo a las afueras.
El tren acariciaba, o parecía, sin dañar la vegetación, la ladera de la montaña.

El mismo recorrido se ha convertido ahora en un camino desnudo, habilitado para caminar. Durante mi estancia lo recorrí dos veces, haciendo fotografías de la vegetación y de detalles que el tiempo no ha conseguido borrar.

Las rocas de las que probablemente se sacaron el hierro y el carbón que calentaba y construía las casas de entonces, siguen creciendo enteras a mi alrededor, siendo testigos de las historias actuales, todas las historias que pasan y que se hunden en los poros de esa vejez.

En mi vida hay carrera y obstáculos difíciles de sortear, pero en lugares así, me olvido de todo.
Siempre pienso: ¿De verdad estoy perdiendo el control de mis días?
¿O es un cambio, un simple cambio? 
La montaña, llena de metal, lo sabe:
No siempre servimos para lo mismo,
cambiamos para poder darnos siempre más.